Cobre y corneta

Como soy aldeano, cuando llegaba a Atocha, el puerto de los trenes, me gustaban mucho las cuadrigas en los tejados y las columnas grises del Congreso de los Diputados. El edificio está guardado por dos leones y, aunque uno esté capado, los dos simbolizan la soberanía nacional. Théophile Gautier, después de ver el Palacio de las Cortes, comentó: «Es imposible que dentro de un edificio construido con tan fea arquitectura se pueda hacer ninguna cosa buena». A mí me gusta ese gran teatro con arañas y fantasmas de estadistas, cortinas, tramoyas y bóvedas. Ha resistido al general Pavía a lomos de su caballo con el sable en la mano, a Tejero empuñando su pistola y ha aguantado el asedio de la involución y el trote de los ultramontanos, nunca del pueblo; en su hemiciclo se han interpretado los textos de varias constituciones y unas cuantas abdicaciones.

Ahora la palabra democracia está contaminada por esa máquina compleja y estrepitosa de los partidos y el Congreso ha tenido que ser encapsulado y protegido por alambradas. El malestar, el tufo de la gran cloaca son inaguantables, el rencor y la sospecha están formando masa.

Me dicen los expertos que hoy sería utópica una riada humana como que la que arrambló la Castellana después del 23-F precisamente cuando se convoca el asedio «definitivo» al Congreso. Llama el grupo En Pie, una de las plataformas del 25-S. La cita, el 25 de abril. Los agitadores animan a los manifestantes a ejercer la «legítima defensa» en caso de cargas policiales y vergajazos; aconsejan que gente más combativa se sitúe en zonas calientes cercanas al cordón policial. No descartan la actuación de lo que denominan el Black Block, manifestantes con capucha; contraatacarán si hay cargas y saltos, aconsejan que esta vez los niños se queden en casa. La consigna es resistir «en pie» sin perder terreno y nada de sentadas a lo Gandhi.

Parece que ya se ha acabado aquella resistencia pasiva, pacífica y gentil de los primeros instantes del 15-M cuando no hay fuerzas populares para defender el símbolo de la soberanía. No les niego el derecho de manifestarse a los jóvenes airados pero les sugiero que debieran ir pensando en otros edificios que simbolizan más el poder que la libertad. Además, el Congreso no va a caer con cuatro saltos y cuatro hostias después de haber aguantado las trompetas mejor que las murallas de Jericó.

Ya avisó Rimbaud, que estuvo en la Comuna, escribiendo su más sublime poema: un día el cobre puede convertirse en corneta; vayamos todos juntos por el camino de la Constitución. Los radicalismos ciegos pueden provocar una reacción autoritaria.